SUICIDIO. Luis Villamizar
Por Rigel García
Una noche de 1976, Luis Villamizar intervino un edificio en ruinas sujetando en su interior cuatro siluetas humanas dibujadas sobre papel, una en cada piso, cuya secuencia recreaba el salto al vacío –el suicidio–, del propio artista. Adicionalmente, dispuso en el terreno delantero una serie de pequeñas pinturas con la señal de “Hombres trabajando” (guiño a la serie homónima), aludiendo al carácter absurdo de hacerse cargo de semejante destrozo; allí donde toda ruina es, a la vez, entierro. Al día siguiente, llevó a cabo registros fotográficos en blanco y negro, color y diapositivas, así como en película super 8 con los que captó no sólo la ilusión gráfica de este suicidio en el espacio cuadro-por-cuadro, piso-por-piso; sino la caída real acaecida finalmente con la demolición del inmueble. Lo que en principio operaría como una animación “simulada” gracias a la secuencia de dibujos, terminó consumándose en un acto performático monumental.
El derribo del edificio, ubicado en Quebrada Honda, Caracas, donde hoy se encuentra la estación de Metro Colegio de Ingenieros, se ejecutó en el marco de la construcción de la línea 1 del subterráneo capitalino, una de las mayores obras de infraestructura de la época que confrontó la ciudad con la desaparición de cuadras enteras y la proliferación de excavaciones. En una década optimista y contradictoria, marcada tanto por la bonanza económica como por la desigualdad social, Villamizar posaría la mirada sobre esa (otra) experiencia del malestar, de lo perecedero y lo difícilmente aprehensible en términos de objetualidad, haciendo uso de medios y gestos igualmente volátiles. Suicidio pertenece al conjunto de intervenciones efímeras realizadas por el artista en el ámbito urbano, luego de una primera etapa de propuestas enmarcadas en la naturaleza.
Más allá de reflejar un contexto de devastación material, la obra recogió las inquietudes de Villamizar en torno a las nociones de suicidio y sublimación como vías para canalizar el drama existencial. Uno de sus detonantes sería el pensamiento de Emil Cioran, para quien la idea de poner fin a la propia vida resultaba estimulante en tanto decisión que puede tomarse en cualquier momento. Determinado a ejecutar/sublimar su propio suicidio, Villamizar ideó una acción que involucraba una larga tira de papel con el dibujo de las siluetas representando la secuencia de la caída. El encuentro con el edificio en ruinas encauzó la ejecución definitiva de la obra (la división de la tira de dibujos, la intervención y la –doble– consumación dramática); proceso que revela un diálogo intuitivo con el lugar y la capacidad de conectar con una realidad cambiante, ¿no es acaso la crisis el espacio natural de la contingencia?
A las distintas capas de significado acumuladas en Suicidio desde su ejecución in situ, se suman otras derivadas de la intervención posterior sobre algunas fotografías del registro en blanco y negro: superposición de fragmentos de la misma imagen a modo de collage, cortes ejecutados con el patrón de plantillas curvas para dibujo, o trazos con lápiz y creyón de colores que completan partes de la arquitectura o rellenan faltantes de emulsión. La precariedad y la desmaterialización –real y metafórica– siguen operando para enfatizar el carácter inestable, agobiante y fragmentario de la existencia humana, potenciado aquí por la correspondencia simbólica ciudad-sociedad-cuerpo-mente-vida. Al asumir el valor expresivo del accidente y el desecho, Villamizar despliega un discurso no oficial y hace aflorar una corriente subyacente de sensibilidad –individual, estética y social–, que se debate entre la permanencia y el instante.
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