LA CARPETA. Carlos Zerpa
Por Rigel García
El arte postal (o Mail Art) surgió durante la década del 60 con la intención de generar una red de circulación alternativa frente al limitado ámbito de las galerías. La práctica de enviar obras de arte a través del servicio postal también buscaba promover la inclusión con exposiciones sin selección, jurados ni premios; al tiempo que prescindía de intermediarios gracias a la comunicación directa. Tanto el azar del trayecto como el destinatario podían alterar la propuesta original, bajo la premisa de que el viaje era parte de la obra.
Carlos Zerpa entraría a formar parte de este entramado global a finales de los años 70, con envíos directos y participación en exposiciones internacionales. La carpeta (1978) constituye una de sus propuestas de arte postal más representativas, al reunir en un mismo contenedor un conjunto de imágenes y documentos relacionados con su producción hasta el momento. Cada uno de los 70 ejemplares numerados y firmados estaba compuesto por una carpeta con 30 folios (fotocopias, impresiones offset e impresiones con sellos), entre los que se encontraban cartas, volantes de exposiciones o performances, poemas visuales e imágenes de obras. Incluyó también una página de estampillas recortables (Omnipresencia, pieza postal en sí misma), sellos húmedos, un sobre con recortes para armar, cinta de tela tricolor y, para cada ejemplar, un fragmento diferente de película Super 8 del film Bichos, bichos, bichos (1977). Dos ejemplares (uno de ellos el que aquí se reproduce) se diferenciaban del resto por incorporar una fotocopia sobre acetato transparente del dibujo de un perro muerto.
Los materiales incluidos giraban en torno a temas como la patria, la religiosidad y el consumismo, cuyas equivalencias mutuas en tanto actitudes fetichistas acapararon las inquietudes creativas de Zerpa entre 1977 y 1980. Identificada con el sello (a imitación del logo de Pepsi-Cola) de su campaña Piense, pensar es lo mejor (1978), La carpeta despliega toda una iconografía de anuncios publicitarios, campañas políticas e imágenes devocionales, al tiempo que introduce elementos típicamente postales como sellos, estampillas y cartas. La obra apela, así, al correo como medio trasgresor de las fronteras nacionales e instrumento de unificación de individuos: un concepto ampliado de lugar, de una patria-otra, ese territorio en tránsito que es toda comunicación.
Zerpa hizo llegar La carpeta, por correo o personalmente, a artistas, críticos y personas vinculadas al arte postal, tanto en Venezuela como en otros países; y quienes la recibieran podían conservarla, manipularla, enmarcarla, exhibirla, reproducirla o reenviarla a terceros. Como exposición, museo o archivo, La carpeta entraña un gesto de autonomía del artista en relación a la selección y distribución de su trabajo, una práctica característica del arte postal y comprensible por parte de Zerpa como miembro de una generación pionera del conceptualismo en un país con pocos espacios de circulación para esta tendencia. Las cartas con colegas refieren experiencias pasadas o futuras y emulan la estrategia del “cuadro dentro del cuadro”: una carta dentro de la carta que revela las redes intangibles de apoyo profesional.
La carpeta refleja, asimismo, la cercanía de Zerpa –dada su formación– con el diseño y las técnicas gráficas, no sólo por el formato de los materiales, acordes con un proyecto postal, sino por su voluntad de comunicar. Fotocopias de poemas visuales realizados con letras transferibles[1], folletos diseñados por el artista, ejercicios tipográficos, collages, imágenes en alto contraste y el uso de un lenguaje publicitario revelan la estrategia del mensaje directo y su impacto en el imaginario popular. La carpeta destaca, finalmente, por comunicar también en el tiempo: haciendo uso de las prácticas de archivo conserva la evidencia de una producción efímera, dando “cuerpo” a performances, lecturas y proyecciones; creaciones todas cuya renuncia al objeto ha hecho de su memoria algo perecedero.
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[1] Zerpa dio lectura a estos poemas durante el performance El hombre de la historia, Parque de la Independencia, Bogotá, 1978.
