ESPIRAL DE HOJAS. LUIS VILLAMIZAR
Por Rigel García
Un dibujo trazado sobre la tierra interrumpe el ritmo del paisaje y genera desconcierto por lo que posee de sí mismo –componentes orgánicos– tanto como por lo que le es ajeno –la evidente operación humana que le ha dado origen–. Esta es la primera impresión que podría obtenerse ante Espiral de hojas, una intervención en la naturaleza realizada por Luis Villamizar en 1977 en un descampado de la Colonia Tovar, estado Aragua, Venezuela. La espiral, configurada con hojas secas y una línea de cal resaltando los bordes, insinuaba la posibilidad –ilusoria– de entrar en movimiento gracias a un cordón que surgía de su propio centro, emulando el mecanismo de un trompo o del arranque de algunos motores. Conservó la escala de su creador y es posible que, por ese motivo, invitara a la interacción, tal como ocurrió con Círculos concéntricos de hojas, intervención similar realizada el mismo día y en el mismo lugar. Ambas piezas se inscribían en la corriente del Land Art, que desde los años 70 iniciara una reflexión sobre el vínculo entre el ser humano y el ambiente, tramada por la ecología y el desmantelamiento de las categorías artísticas así como por su inoperancia en los circuitos comerciales. Aludían también a premisas de resignificación como arte de objetos cotidianos o materiales orgánicos, en una voluntad por desplazar los valores estéticos tradicionales.
Espiral de hojas atiende a estas preocupaciones al tiempo que sostiene una honesta filiación con el vocabulario creativo de su autor: destaca su carácter efímero, que si bien es común a muchas intervenciones de Land-Art, se potencia aquí por el material con el que ha sido ejecutada: no con piedras ni con tierra, tampoco gracias a una modificación profunda del terreno, características que otorgarían algún tipo de permanencia y que son comunes a los geoglifos, desde aquellos legados por las culturas ancestrales hasta la gran Espiral Jetty de Robert Smithson. Este es, pues, un geoglifo liviano, categóricamente perecedero y (más que nunca) a merced de los elementos. La hoja seca –ya caída una vez– viene a representar lo más frágil en el constante ciclo de vida y en la inevitable cadena de descomposición. Como muchas de las propuestas de Villamizar, Espiral de hojas apuesta al desvanecimiento; apela a una conciencia sobre la experiencia y la fugacidad que, en consecuencia, cuestiona conceptos como los de objeto artístico, coleccionismo y comercialización.
Finalmente, tanto Espiral de hojas como Círculos concéntricos de hojas recogen el interés de su autor en el movimiento, manifiesto en la intención de capturar una suerte de instantánea dentro de una secuencia dada de desplazamiento o vibración: la espiral como imagen arquetípica del movimiento (del universo y otros fenómenos naturales), y los círculos concéntricos como síntesis gráfica de la señal de radio o de las ondas generadas sobre la superficie del agua a raíz de una perturbación puntual. Desde aquí, ambas propuestas constituyen una doble afirmación de lo transitorio tanto en la imagen que evocan como en su materialidad. Transitoriedad atrapada, a su vez, en una doble instantánea –la del dibujo sobre la tierra y la de la fotografía–, que, desde la multiplicidad, apuesta por la transferencia de lenguajes entre medios, formatos, territorios.
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