Dorado. Pedro Terán

 

Por Costanza De Rogatis

En julio de 1983, abre al público la muestra Dorado. Pedro Terán, en el Espacio Alterno de la Galería de Arte Nacional, una extensión de sus espacios creada en mayo de ese mismo año, y ubicada en el Ateneo de Caracas, para atender las expresiones más contemporáneas del arte venezolano. Además de ser la primera exhibición individual de un artista en el nuevo Espacio Alterno, pues hasta ese momento se habían presentado sólo colectivas, Dorado es entendida también como la primera muestra enteramente conformada por propuestas instalativas que se haya montado en el país: 19 instalaciones estructuraban la exposición, en la que, al igual que en sus anteriores individuales, el espacio museístico es entendido por Terán como lugar de consagración ritual del mostrar, ver y entender, que depende también de un oficiante, el artista/chamán. Sin embargo, esta ritualidad, que funge de metáfora en sus performances, de modo explícito en Nubes para Colombia (1981), se traduce en Dorado en el tránsito del cuerpo del artista como acción y materia de la obra, a otros cuerpos: los de elementos recabados del entorno natural –piedras, plumas, ramas, arena, incluso una guacamaya en la obra Ara-arairana-áurea– junto a algunos elementos producidos culturalmente –maracas, fotografías, video, una figura de yeso de la virgen María, todos signados por la presencia del polvo de oro– para estructurar diálogos espaciales, ejercicios escultóricos a través de intervenciones in-situ, ligeras, precarias, de orden simbólico. El Dorado como mito, y también, como metal alquímico, como iluminación divina.

Algunas estrategias de trabajos anteriores, como la delimitación del espacio mediante triángulos conformados por los propios materiales –en referencia al lugar de lo sagrado– continúan estando presentes en esta nueva etapa instalativa; así como la vinculación de la obra al cuerpo del artista, que sin embargo ahora se transfigura, y no es ya el cuerpo como movimiento en su accionar, sino la presencia/ausencia a través de la huella y la sombra, como sugiere con su silueta proyectada doblemente –sobre la arena y sobre la imagen de la playa, así como mediante la cruz– en la obra El vuelo del chamán. En el tratamiento del ritual, Terán opera también un desplazamiento: si antes el rito le servía de acto de ofrenda para aludir directamente a la creación artística, ahora es asumido plenamente como ejercicio simbólico, espiritual, en el que naturaleza y la cultura confluyen, como conjuro de transformación del espacio. Este desplazamiento se constata ya en la instalación La morada del chamán, incluida en la muestra, pero presentada el año anterior, en el XL Salón Michelena, en 1982.

La publicación que acompaña la exposición revela apenas un par de imágenes referenciales de las instalaciones –lo que pudiese constituir un contrasentido en tanto registro de una muestra de piezas que por naturaleza son cambiantes, incluso efímeras– pero ofrece un diáfano diseño de catálogo por Waleska Belisario,  un hermoso retrato del artista realizado por Julio Vengoechea, y dos esclarecedores textos de Juan Acha y Miguel González, para acercarse a la propuesta que desde ese momento en adelante, ocupará las preocupaciones y estrategias de Pedro Terán.

_
Documentos _ Archivo Pedro Terán:
–Dorado. Pedro Terán. [Catálogo de exposición]. Caracas, Espacio Alterno. Galería de Arte Nacional, 1983.

+ [ revisiones ]