CUADRADO CON BAILARÍN. Luis Villamizar
Por Rigel García
Cuando se trata de los límites, el cuerpo pareciera ser palabra recurrente. Allí donde una situación extrema vacía la realidad de toda referencia, incluso de aquellas aportadas por la cultura, el cuerpo sostiene –nunca mejor dicho– al ser humano como su última expresión. De la angustia vital a la necesidad cotidiana, de los malestares sociales al desafuero de los sistemas imperantes; la tensión entre la constante demanda del entorno y los marcadores de la dignidad individual ha sido un tema reiterado en la obra de Luis Villamizar. Tal es el caso de Cuadrado con bailarín, una acción-intervención realizada en 1977 sobre uno de los muros de canalización del río Guaire, Caracas, justo en el punto en el que éste recibe las aguas del río El Valle, a la altura de Colinas de Bello Monte. Un cuadrado blanco delineado sobre el concreto del canal definía el espacio en el que Jaime López, bailarín profesional y colaborador habitual de Villamizar, ejecutó una secuencia de movimientos que combinaban por igual regocijo y angustia, retraimiento y expansión, curvatura y ángulo. Un elogio al equilibrio en un lugar inhóspito, cuya práctica invisibilidad es, también, analogía de cada lucha interna. En palabras de Villamizar, cuando aspira a la autonomía al artista sólo le queda el cuerpo.
Las imágenes –fotografías en blanco y negro y diapositivas a color– que constituyen el registro de la acción brindan una visual compleja: los muros de contención articulan una estructura casi geométrica, de líneas rectas y ángulos amplios que persiguen al río, se quiebran y desaparecen en el punto de convergencia de ambos cursos de agua. En alternancia con este juego de diagonales acontece la pura organicidad: la vegetación, la tierra arenosa y los desechos que se acumulan en las orillas, el agua que fluye por los canales y el cuerpo del bailarín en movimiento, desafiando al cuadrado que lo rodea y proyectando –desde ese limitado reducto– toda la potencia de la naturaleza humana. Desde aquí, el cuerpo es también voz; deviene soporte y despliega una obra inaprehensible que subvierte las categorías de objeto artístico convencional y la visión predominante de obra como mercancía. El diálogo del cuerpo con la abstracción –frecuente en la obra del artista– se reafirmará en el ensamblaje Intervenciones en el marco, 1977, en el que las líneas rectas presentes en una de las fotografías de la acción en el Guaire se prolongan sobre el muro a través de una escuadra.
Cuadrado con bailarín guarda vínculos formales y conceptuales con otra acción del artista, El principio del performance, 1976, en la que personas de diferentes oficios fueron retratadas al interior de un cuadrado pintado en el piso. Esta pieza aludía a la relación trabajo-pulsión vital, especialmente en aquellas labores que se desarrollan a partir del cuerpo como última alternativa de superviviencia. Si El principio del performance registraba situaciones concretas, Cuadrado con bailarín convocó el estado espiritual del ser que se debate consigo mismo y con la realidad. Es una acción de resistencia, ante la corriente que fluye y frente a un terreno desafiante y constreñido a pesar de una amplitud aparente. La ciudad que da la espalda a su propia constitución hidrográfica (o el circuito comercial del arte que pasa por alto este tipo de prácticas contemporáneas), potencian en la escena una cualidad de margen, de no-lugar, desde donde la belleza del cuerpo danzante insiste en pronunciarse. Metáfora de la vida, de la angustia existencial y del valor de la individualidad, Cuadrado con bailarín es –paradójicamente–, un escape del mismo confinamiento que representa, una declaración de principios ante la adversidad.
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